El ruido que nunca se apaga

Hay un ruido dentro de ti que nunca se apaga. A veces es una lista de cosas pendientes, otras un diálogo que discute contigo mismo. Y aunque el cuerpo descanse, la mente no para. Te acompaña al dormir, te recibe al despertar. has intentado calmarla, meditar, rezar, distraerte, dormir más, pensar menos, pero ella siempre vuelve disfrazada de preocupación, de recuerdo o de miedo. 

Ramana Maharshi lo dijo sin rodeos. Tu deber no es controlar la mente, sino dejar de ser la mente. No es místico, no es complicado, es un gesto tan simple que la mente no lo soporta. En este video vas a probarlo. No te pido fe, solo atención durante 5 minutos, porque si lo haces correctamente no apagarás la mente tú, sino que la mente se apagará sola. 

Ramana no te enseñó a pensar en quién soy yo, te enseñó a mirar quién está pensando eso ahora. Y al mirar, el pensamiento desaparece. Tu deber no es hacer, tu deber es Ser. La mayoría de las personas vive convencida de que son su mente. Creen que los pensamientos son personales, que las emociones tienen un dueño. Pero lo que Ramana descubrió, y lo que tú puedes ver ahora mismo, es que ese "yo" que dice: "Yo pienso, yo sufro, yo tengo miedo", no existe

Ese "yo" es una construcción momentánea, un reflejo en movimiento. Surge con cada pensamiento y desaparece con él. Pero como el siguiente pensamiento llega enseguida, la ilusión parece continua, como las luces de una ciudad que nunca se apaga. Y ese impostor, ese "yo" fabricado, se alimenta de comparación, de miedo y de deseo. Quiere controlar, poseer, ser admirado, ser comprendido. Y mientras intenta todo eso, pierde contacto con lo único real, el testigo silencioso que observa todo ese movimiento. Ramana decía, "Cada nombre y cada forma es causa de sufrimiento. Abandona la idea "yo soy fulano" y la mente se destruye por sí sola.

El sufrimiento en realidad no proviene de lo que te pasa, sino de quién crees que te está pasando. Observa dentro. Cuando dices, "Estoy triste." ¿Quién es ese "yo"? ¿Dónde está? ¿Tiene forma, peso, color? No lo encuentras, solo encuentras pensamientos sobre él, y sin embargo, algo observa esos pensamientos. Algo que no se mueve, que no opina, que no tiene nombre. Eso eres tú. No el impostor que sufre, sino la conciencia que ve como el impostor se agita. Cuando lo ves, ya no estás dentro del ruido y por primera vez la mente empieza a perder poder. 

El sufrimiento es el eco del "yo" que insiste en existir. "Quédate quieto," decía Ramana, pero esa quietud no es del cuerpo, ni siquiera del pensamiento. Es la quietud de quien ya no se identifica con el que piensa. La mente puede seguir hablando, pero tú ya no eres su eco. El cuerpo puede moverse, pero tú ya no eres el que se mueve. Esa es la verdadera quietud, la Presencia que no depende del silencio externo. 

No se trata de luchar contra la mente. De hecho, cuanto más intentas controlarla, más se resiste. Ramana lo llamó el gran demonio. Una fuerza que seduce con pensamientos y emociones, que te promete seguridad, amor o reconocimiento, solo para mantenerte dormido. Pero ese demonio no puede sobrevivir si no lo alimentas. 

Si dejas de responder, de analizar, de reaccionar, simplemente se apaga. Quietud no es pasividad. Quietud es poder no dividido. Cuando no estás disperso en mil pensamientos, toda tu energía vuelve al centro, al testigo silencioso. En ese instante sin esfuerzo aparece algo que el mundo no puede darte, una sensación de plenitud sin causa. 

Ramana lo explicó con una frase perfecta: "Estar quieto significa destruirse a uno mismo" no porque desaparezcas, sino porque desaparece el personaje que se creía separado. Lo que queda no necesita defensa, ni reconocimiento, ni éxito espiritual. Es el Ser mismo el que nunca nació ni morirá. 

El silencio no es ausencia, es tu naturaleza sin interferencias. Ahora vas a probarlo. No te prepares, no te concentres, simplemente suelta. Ramana no te pidió que repitieras mantras ni que vaciaras la mente a la fuerza. te pidió algo mucho más simple y mucho más profundo, ver quién está pensando ahora mismo. Cierra los ojos, deja que aparezca cualquier pensamiento. No elijas, tal vez algo pendiente, una preocupación, un miedo, una duda. Ahora no intentes quitarlo, solo mira ¿a quién le aparece ese pensamiento?. No lo analices, no lo respondas. Observa si puedes encontrar a ese "yo" que lo recibe. 

Aparece otro pensamiento. "No lo estoy haciendo bien. Esto no funciona. No siento nada". Muy bien. Pregunta otra vez, ¿a quién le aparece ese pensamiento? Cada vez que miras al "yo", el pensamiento se disuelve, porque el que busca nunca se encuentra. Lo único que queda es Presencia. No hay nadie haciendo la práctica, solo conciencia observando. 

Quédate ahí unos segundos sin intentar nada, sin nombre, sin dirección, solo siendo. Si en ese espacio sientes paz, no la fabriques, reconócela. Esa paz no vino de practicar, ya estaba aquí. Solo quitaste lo que la tapaba.  

Cuando la mente se apaga, no desapareces tú, desaparece el hacedor. Y en ese silencio algo más grande empieza a moverse. Ramana lo llamaba gracia, no como un favor divino, sino como la inteligencia natural del Ser. Dijo: "La gracia y la búsqueda no son dos cosas. Sin gracia no hay búsqueda. Sin búsqueda no hay gracia". Eso significa que incluso tu deseo de liberarte, incluso tu impulso de mirar hacia adentro no nació de ti. Es la gracia llamándote desde dentro. Tú creías que eras el que hacía el esfuerzo, pero ese esfuerzo fue la forma que la gracia eligió para llevarte al silencio. Y cuando lo comprendes, surge la rendición. No porque decidas rendirte, sino porque ves con claridad que no hay a quien rendirse. Ya no dices: "Yo me entrego", solo reconoces, "nunca estuve separado." Entonces la vida continúa. Sigues hablando, trabajando, cuidando a tus seres queridos, pero algo invisible cambió. Ya no crees que eres tú quien lo hace. Todo ocurre como antes, solo que sin ansiedad, sin control, sin culpa. Es el mismo mundo, pero visto desde otro lugar, desde el corazón silencioso del que observa. La gracia no llega cuando te entregas. La gracia es la entrega. 

Cuando el pensamiento empieza a apagarse, algo dentro se asusta. un vértigo, una sensación de vacío, como si fueras a morir. Ramana lo sabía, decía, "Muchos temen que, con la destrucción de la mente, ellos mismos dejarán de existir. Pero no hay nada que temer. Lo que desaparece no eres tú, es la imagen que tenías de ti.

La mente teme al silencio porque en el silencio no puede dominar. Teme a la nada, porque en la nada no hay historia, ni control ni futuro. Pero el Ser teme. El Ser reconoce esa nada como su propio descanso. Piensa en el sueño profundo. No hay mente, no hay identidad. Y sin embargo, al despertar dices, "Dormí bien." ¿Quién disfrutó esa paz si el yo no estaba? El mismo que te escucha ahora, el mismo que nunca duerme. 

El miedo a desaparecer es solo la resistencia del personaje que sabe que su tiempo termina. Pero tú no eres ese personaje. Tú eres el espacio donde aparece y desaparece. Ramana lo resumió con una dulzura casi infantil: "El buscador teme perderse sin ver que perderse es encontrarse". Por eso, cuando el miedo aparezca, no luches con él. Obsérvalo igual que un pensamiento más y pregúntate suavemente, ¿a quién le da miedo? En ese instante, el miedo se disuelve en la misma nada de la que nació. Y lo que queda no es vacío, es plenitud sin límites. 

La mente llama nada a lo que el corazón reconoce como todo. Cuando Ramana hablaba del fin de la mente, Un Curso de Milagros hablaba de la corrección del error. Distintas palabras, pero una sola verdad. El curso enseña que el ego fabrica el problema y la solución falsa para que sigas creyendo que necesitas arreglarte. Ramana, desde otro lenguaje, decía lo mismo, que el "yo" crea la confusión y luego finge buscar la paz. Ambos coinciden en esto. 

No tienes que mejorar tu personaje. Tienes que despertar del personaje. En el Curso lo llaman "entregarle tus pensamientos al Espíritu Santo". Ramana lo llama "permanecer en el Ser", pero el gesto es el mismo, soltar el control y dejarte sostener. 

Cuando practicas la autoindagación y preguntas, ¿a quién le pasa esto? Estás haciendo lo mismo que el Curso llama entregar la interpretación. No estás negando la experiencia, estás retirando tu identidad de ella. Así el mundo puede seguir igual, pero tú ya no estás atrapado en él. Has pasado del sueño, del miedo al sueño inocente del observador. Esa es la verdadera expiación. No una corrección moral, sino el recuerdo silencioso de lo que nunca se perdió. Ramana lo dijo de otra forma: "La liberación no es algo que ganas, es lo que queda cuando dejas de creer que estás preso". 

Has intentado mil caminos para alcanzar la paz. Has leído, rezado, buscado señales, pero la paz no estaba allá afuera. Estaba esperando que te cansaras de buscar. Ramana decía, "No tienes que fabricar la paz, solo dejar de estorbarla, porque la paz no es una meta, es tu estado natural cuando no te confundes con los pensamientos. 

Esa Presencia silenciosa que sentiste antes, el espacio entre un pensamiento y otro, eso eres tú. No lo pierdes nunca. Solo te distraes. Y cada vez que recuerdes, basta con una sola pregunta, la única que importa. ¿A quién le aparece esto? No busques la respuesta, solo quédate quieto. En esa quietud, el "yo" se disuelve y lo que queda es el Amor que siempre fuiste. Cuando ya no queda nada que hacer, descubres que el Ser estaba haciendo todo. Cuando ya no hay nadie que busque, descubres que nunca hubo separación. No hay camino hacia la paz. La paz es el camino. Y si algo dentro de ti se alivió al escuchar esto, no lo pierdas. Repite en silencio: Yo Soy. 

¿Y si todo este tiempo estuviste huyendo justo de aquello que podía liberarte?. ¿Y si la soledad no era un castigo, sino una puerta? Desde pequeños nos enseñaron a temerla, a llenarla con ruido, con gente, con tareas, con pantallas, a evitarla como si fuera un pozo oscuro. Pero hay un momento, tarde o temprano, en que ya no puedes huir más. Te detienes, y entonces la escuchas. Esa Voz callada, desconocida, que brota del centro mismo de tu pecho. No es una Voz que diga palabras, es la Voz del Ser, recordándote que siempre estuvo ahí. Ramana Maharshi, el sabio del silencio, lo vivió con tal profundidad que ya no volvió a ser el mismo. Y tú tampoco lo serás, si te atreves a quedarte sólo un instante más. 

Vivimos rodeados de gente, de notificaciones, de estímulos, pero nos sentimos solos. Nos dijeron que la soledad era fracaso, que quien está solo es porque no tiene a nadie. Nos empujaron a buscar compañía como quien busca oxígeno, y en ese impulso desesperado confundimos conexión con distracción y amor con dependencia. Nos hicieron creer que estar solo es estar incompleto, cuando en realidad es en la soledad donde empieza la verdadera plenitud porque solo en el silencio de la ausencia puedes empezar a escuchar lo que siempre estuvo presente. No es la falta de compañía lo que duele, es el miedo a mirar hacia adentro. Por eso corremos, por eso nos llenamos de ruido. Pero Ramana no lo hizo. Él no huyó. Se sentó consigo mismo y descubrió algo que ningún libro, ninguna relación, ninguna meta externa podría darle. Esa es la mentira más grande, que necesitas algo fuera de ti para estar bien y esa es también la herida más profunda. Pero no es irreversible. 

Si estás dispuesto a mirar, puedes sanar. Ramana tenía 16 años cuando la muerte lo visitó, no con un accidente ni con una enfermedad, sino con una experiencia directa, brutal y silenciosa. Sintió que su cuerpo iba a morir. En vez de huir, se tumbó en el suelo y dejó que todo sucediera. Observó con intensidad el miedo, el temblor, el fin. Pero algo extraordinario ocurrió. Lo que murió no fue él, sino la ilusión de "ser alguien". Cuando se levantó, ya no era un joven cualquiera. Había descubierto lo que muy pocos llegan a ver, que detrás del pensamiento "yo" hay una Presencia viva, inmutable, indestructible. 

Se marchó de su casa y se refugió en Arunachala, en cuevas, en templos. en el silencio más absoluto y allí, sin pronunciar palabra durante años, dejó que ese descubrimiento lo consumiera por completo. No buscó fama, no buscó discípulos, ni siquiera buscó explicaciones, solo fue silencio. Y ese silencio era respuesta, era enseñanza, era liberación. Porque lo que descubrió Ramana no necesita palabras, solo espacio, solo quietud, solo tú contigo mismo. 

La soledad, tal como la vivió Ramana, no era aislamiento, ni tristeza, era retorno, no era vacío, era plenitud sin forma. Estar solo no significa estar incompleto, significa estar completo sin necesidad de añadidos. Porque cuando te quedas en silencio, sin escapar, sin buscar distracciones, empiezas a notar algo que siempre estuvo ahí. una Presencia sutil, constante, silenciosa. Eso que llamas "yo" deja de ser una historia, una imagen, un personaje. Se convierte en un espacio abierto, sin forma, sin límites. Eso es el verdadero Yo. El Yo antes del nombre, antes de la infancia, antes del cuerpo. El Yo que no necesita validación, ni compañía, ni respuestas. Por eso Ramana no enseñaba a cambiar el mundo ni a mejorar el personaje. Enseñaba a mirar hacia adentro, a detener la búsqueda, a estar solo, sin miedo, porque ese es el portal, no lo que está afuera, sino lo que aún no te atreves a ver dentro. Y una vez lo cruzas, ya no hay vuelta atrás porque descubres que no estás solo. Nunca lo estuviste, nunca podrías estarlo. 

Una vez alguien le preguntó a Ramana, "¿Qué debo hacer para conocer a Dios?" Él no respondió de inmediato, solo lo miró con esos ojos que parecían atravesarlo todo y luego dijo: "Primero encuentra al que hace la pregunta." El hombre se quedó en silencio y fue en ese silencio donde empezó todo. No hizo falta ninguna técnica, ningún ritual, solo una atención pura, desnuda, dirigida hacia adentro. Esa fue la forma de Ramana, no convencer con palabras, sino con Presencia. 

Muchos llegaban a su cueva rotos, confundidos, perdidos. Y algo ocurría, no por lo que él decía, sino por lo que él Era. El silencio a su alrededor tenía una cualidad diferente. No era el silencio incómodo del vacío, era el silencio vivo del Ser. A veces bastaban unos minutos a su lado para que todo cambiara. Un peso se disolvía, una búsqueda se detenía, un corazón se abría y eso no era magia, era el efecto de estar junto a alguien que ya no huía de sí mismo. ¿Puedes imaginarlo? ¿Puedes imaginar lo que sucede cuando tú también dejas de huir? La vida no se llena de respuestas, se llena de Verdad. Y esa Verdad no tiene forma, pero lo transforma todo. 

No necesitas irte a una montaña. No hace falta cerrar los ojos, ni dejar tu trabajo, ni romper con nadie. La verdadera práctica no es apartarse del mundo, sino dejar de usarlo como excusa para no mirar dentro. Puedes empezar ahora, donde estás, en medio del ruido, en medio del día, en medio del caos. Basta con detenerte un momento, sentir, preguntarte con honestidad, ¿Quién está viviendo esto? No respondas con la mente, solo observa, siente al que percibe. Permanece ahí unos segundos, sin moverte hacia ninguna historia. Eso es soledad, no la que duele, sino la que sana, la que corta con la mentira de que necesitas más para ser tú. Cuando laves los platos, siéntelo. Cuando estés en la fila del supermercado, siéntelo. Cuando te duela el pecho por una pérdida, siéntelo también. Todo puede ser tu cueva. Todo puede ser Arunachala si te atreves a estar en ti. Y no importa si la mente se agita, no importa si te distraes, solo vuelve. 

Cada vez que vuelves se fortalece la raíz. Y un día, sin darte cuenta, la soledad deja de asustarte y empieza a abrazarte, porque ya no estás solo contigo, estás con lo que siempre fuiste. Hay una paradoja que solo entienden quienes se han atrevido a quedarse en silencio. Cuando por fin abrazas tu soledad, descubres que no estás solo, que el "yo" que creías proteger nunca fue real, que el dolor de la separación era solo la resistencia a mirar hacia adentro. 

Ramana no era especial por tener visiones o poderes. Era especial porque se atrevió a desaparecer como individuo y en ese desaparecer se volvió Uno con todo. Por eso su Presencia transformaba sin palabras, porque hablaba desde un lugar al que todos pertenecemos. Cuando tú también te permites habitar tu soledad sin juicio, sin miedo, sin querer escapar, se rompe algo y lo que queda es inmenso. No tiene forma, pero lo abraza todo. Ya no necesitas ser comprendido, ya no necesitas controlar, ya no buscas amor porque Eres Amor. La soledad te deshace como personaje, pero te revela como Totalidad. Entonces, caminas por el mundo, sí, pero ya no estás buscando algo en él. Estás ofreciéndote, estás descansando, estás en casa. 

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